12 juin 2016

Oscar Freire, Antinomias del Lenguaje moderno

El término "antinomia" del griego antinomía (contra la ley), mas allá de su relativa legitimidad tardía del sentido de contradicción entre dos hipótesis o principios, se remonta originalmente al conflicto introducido en la palabra que se aplica a los objetos para denotar sus esencias o cualidades reales. Dicho conflicto, evidentemente, ha derivado, dentro del proceso cultural occidental en las diversas antilogías que siempre subyacen en todo carácter de anomalía o nominalismo que se atribuye a la palabra en el acto de nombrar las cosas.

De dicha circunstancia, en relación a los correspondientes fijativos mentales que se han venido sucediendo, el racionalismo es el que mayor influencia ha obrado, particularmente, al convalidar la contradicción entre dos proposiciones que se reconocen igualmente demostrativas y que se excluyen mutuamente, es decir que, a pesar de ser contradictorias, cada una de ellas puede ser similarmente demostrada de un modo persuasivo y convincente por medio de la razón.

Tales planteamientos de la razón formalista han generado la entronización de diversas teorías como, por ejemplo, el famoso caso de las paradojas kantianas en donde el enunciados de sus cuatro tesis con sus correspondientes antítesis desembocan en la dubitación o duda racional y por ende en los consabidos aporemas, cuyos falsos apriorismos, en un carácter metódico de aproximaciones sucesivas, se hallan casi totalmente alejados de toda exposición con probabilidades metafísicas o de una demostración de pluralidad de sentidos, tal como ello se entiende de los cánones inherentes a las doctrinas y a las ciencias tradicionales.


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10 juin 2016

Obispo San Ignacio Brianchanivov, De la Oración y del Combate Espiritual

Los frutos de la oración incesante.

Es por la oración que el asceta alcanza una pobreza espiritual auténtica. Aprendiendo a pedir sin cesar la ayuda de Dios, pierde poco a poco su confianza en si mismo. Si hace algo con éxito, no ve allí su propio logro, sino que lo atribuye a la misericordia divina que implora sin cesar. La oración incesante lleva a la adquisición de la fe, pues aquél que ora continuamente comienza gradualmente a sentir la presencia de Dios. Ese sentimiento se desarrolla poco a poco, de tal modo que el ojo espiritual llega a reconocer a Dios en su Providencia mejor de lo que el ojo natural ve los objetos materiales; y entonces el corazón conoce la presencia de Dios por una experiencia inmediata. Aquél que ha visto a Dios por una experiencia inmediata. Aquel que ha visto a Dios de esta manera y ha sentido así su presencia, no puede dejar de creer en él con una fe viviente que se manifestará en sus actos.

La oración incesante vence al mal mediante la esperanza en Dios; conduce al hombre a una santa simplicidad, separando su intelecto del hábito de dispersarse en pensamientos distintos y hacer planes sobre si mismo y sobre su prójimo, y manteniéndolo siempre en una pobreza y una humildad de pensamientos. Es en esto que consiste la formación del hombre de oración. Aquel que ora sin cesar pierde gradualmente el hábito de dejar vagar sus pensamientos, de estar distraído, de estar colmado de vanas preocupaciones, y cuanto más profundamente se arraiga en el alma ese impulso hacia la santidad y hacia la humildad, más se pierden los hábitos precedentes. Finalmente, llega ser como un niño, tal como lo recomienda Cristo en el Evangelio; llega a ser loco por amor de Cristo, es decir, pierde la falsa sabiduría del mundo y recibe de Dios una inteligencia espiritual.


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Francisco García Bazán, La presencia de René Guénon en Mircea Eliade y Carl Schmitt (fragment)

Al final de mi libro en colaboración René Guénon y la tradición viviente (1985), apuntaba algunos rasgos sobre la influencia de René Guénon en una diversidad de estudiosos contemporáneos. Alli escribí:

«El mundo de habla española, por su parte, se abre velozmente en los últimos decenios a la gravitación guenoniana. Hemos de reconocer que la Argentina, en este sentido, no sólo ha jugado un papel preponderante, sino que incluso fue oportunamente una verdadera precursora de este florecimiento del pensamiento de Guénon [en la geografía hispana].

Ya en 1945 se publicó en Buenos Aires la Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes y la crítica periodística porteña recibió favorablemente la novedad de [la presencia] de un credo de inspiración tradicionalista [en la cultura francesa]. A esta traducción siguieron en años sucesivos: El teosofismo (1954), con varias ediciones, La crisis del mundo moderno (1967), Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada (1969 y El esoterismo de Dante (1976). Mucho más reciente, [por el contrario], es el interés de los españoles por nuestro autor. Pero aunque la traducción de la primera de las obras citadas es de la década del 40, la evidencia de una lectura y conocimiento del autor francés ya se reflejó con anterioridad en individuos y grupos de intelectuales argentinos.


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